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martes, 20 de febrero de 2018

"DESCOMPLEJIZACIÓN" COMPLETADA


Los vestidos largos son una de esas prendas que he tenido prohibidas en mi armario durante décadas. Supongo que el hecho de medir poco más de metro y medio y usar la 48 ha tenido mucho que ver. La idea de ser una mesa camilla era algo que me producía cierto rechazo... Pero me encantan algunas de las propuestas maxi-largas de las últimas temporadas, y si encima me cuestan 9 euros en las rebajas, pues mi rechazo ancestral se convierte en un amor puro y verdadero. Servidora es así de veleta. Por eso este invierno me he vuelto a someter a otro proceso de "DESCOMPLEJIZACIÓN".


Este procedimiento consiste en quitarte de encima prejuicios y chorradas y ponerte lo que te gusta por que te da la gana. En este caso, el culpable de mi nueva "descomplejización" (os recuerdo que la primera vez que me desacomplejé fue con las minifaldas extremas) ha sido este maxi-medium-vestido de rayas. Ya, no es el diseño más alucinante del mundo, pero tiene ese significado especial: es el primero de una larga lista de vestidos largos que desfilarán por mi armario a partir de ahora. Nueva "descomplejización" completada.


Y es que hay ropa que tenemos vetada por no se sabe que estúpidas creencias. Cierto, hay propuestas que nos sientan mejor o peor, pero se pueden enriquecer con otros complementos que quiten hierro a su excesiva largura o a un diseño poco acorde con nuestro físico. Unos botines de tacón, por ejemplo, te harán sentirte más esbelta, y unas deportivas te darán un toque muy divertido: tú decides. El vestido es de ZARA, la cazadora de KIABI, el pañuelo de JLO y el bolso flap de VALENTINO.



Por supuesto, no se trata de que nos obliguemos a llevar lo que es tendencia por el mero hecho de que esté de moda. Se trata de que olvidemos prejuicios y leyendas y nos atrevamos a llevar aquellas prendas que nos gustan y que no nos ponemos porque pensamos que nos quedan mal. ¡Descomplejicémonos!


Mi primer paso  para romper las reglas fue apostar por las minifaldas en verano. Ahora voy más allá: apostar por los vestidos largos… ¡Otra "descomplejización" conseguida! Amigas, como siga descomplejizándome, en breve empezaré a valorar si salgo a la rúe con mini shorts y enseñando el pearcing del ombligo. Os dejo, que voy a tatuarme la cara de Khloé Kardashian en el muslo izquierdo, mientras tanto no olvidéis visitar mi cuenta de IG @idoiabilbao ¡Hasta pronto amiguis!

miércoles, 14 de febrero de 2018

GORDIFEAS



No hace mucho escuché una conversación en la que dos hombres hablaban sobre la novia de un tercero. De todo lo que comentaron, hubo una frase que ya había escuchado en muchas ocasiones y decía más o menos así:
-Lo que pasa es que Xabier no quiere presentarnos a su novia porque seguro que es gorda y fea.
Gorda y fea. Sí. Es muy habitual escuchar estas dos palabras seguidas, y es que parece que ser gorda y fea son dos conceptos que van indisolublemente unidos para referirse a una persona poco agraciada físicamente. Para muchos, ser gorda y fea es la solución absoluta que define a esa mujer desagradable que representa la idea de un callo malayo en todo su esplendor. Además, es un criterio que todo el mundo entiende, sin entrar en valoraciones.
-¿Pero era más gorda que fea o más fea que gorda? ¿En qué porcentaje podríamos decir que era gorda? ¿Y fea?
Para much@s, parece imposible separar estas dos palabras a la hora de explicar que una muchacha es un graco. Por eso, en este post, quiero reivindicar la disolución de estos dos conceptos como una única idea: Amiguis, no es lo mismo ser fea que ser gorda. Y sobra decir que la fealdad, es relativa.
Por supuesto, y  siempre teniendo en cuenta que la belleza es algo subjetivo, que nos intentan imponer  cánones diferentes cada media hora y que el gusto particular es algo íntimo e individual,  tenemos que dejar claro que una mujer que pesa  90 kilos puede ser también objetivamente guapa. Y no lo digo yo, lo dice Ashley Graham,  Tara Lynn, Gaby Fresh o Tess Holliday, por no entrar en la belleza patria, que también hay mucha.  No somos idiotas, todos los seres humanos sabemos que es lo que nos gusta y lo que no, pero debemos de discernir entre ser gorda y ser fea, que son cosas bien diferentes. Ahora tomemos la misma frase con la que comenzábamos el post y hagamos un cambio.
-Lo que pasa es que Xabier no quiere presentarnos a su novia porque seguro que es delgada y fea.
Solo hemos cambiado una palabra: gorda por delgada… Seamos sinceros, ¿Alguien ha escuchado esta frase en alguna ocasión? ¿No es cierto que pierde cierta “contundencia” a la hora de hablar de la imagen de la susodicha? A no ser que la novia de Xabier tenga una delgadez llamativa, esta palabra jamás se utilizaría y de hacerlo, se cambiaría por otra más peyorativa.  Por supuesto,  el hecho de que alguien sea delgada, tampoco tiene nada que ver con ser fea. Que se lo pregunten a Keira Knightley.   
Por eso debemos de acabar con este binomio descriptivo de palabras que nada tienen que ver, y hablar con propiedad:
-Lo que pasa es que Xabier no quiere presentarnos a su novia porque piensa que somos unos gilipollas.
Efectivamente, esta sería la frase correcta.  Solo un gilipollas juzgaría a la novia de un amigo por su físico y en este caso, Xabier, tiene a sus colegas en muy bajo concepto. Y hace bien.
Hasta pronto amigas, ya sabéis que estoy on fire en mi cuenta de IG @idoiabilbao y en @21buttons ¡Hasta pronto!