El post de hoy no está dedicado a mostrar nuevos diseños, últimas adquisiciones o propuestas de temporada. El post de hoy habla de lo impotente que se siente una cuando va de compras a un centro comercial, entra en una tienda, llega a la sección de tallas grandes y se encuentra con un gulag de la estepa siberiana.
Una especie de rincón apartado, inmensamente frío y con fuertes aromas a rancio... Sí, un lugar que lo último que transmite es entusiasmo.
Y mientras la nueva temporada aterriza en las tiendas llenando sus perchas de terciopelos, flores barrocas de colores otoñales, cuadros ingleses, topos, bordados, flecos, transparencias, peluches y volantes... De maravillosos kimonos y pijamas que no son pijamas, de bodys con estampados eléctricos, de tejidos combinados y parkas explosivas... Mientras sucede esto, en ese lugar inhóspito que es la zona XL, la ropa se muestra gris, lánguida, sin gracia... Tan básica que adormece. En la cárcel de Alcatraz había más alegría que en ese reducto marginal.
En tu periplo, entras en varios comercios, buscas tu talla sin éxito, encuentras la sección plus size... Y una vez más, compruebas que con una 48 resulta imposible comprar ropa en un centro comercial a precios asequibles. A no ser que quieras moda para hacer la limpieza general de tu trastero.
Pero siempre me ocurre lo mismo, salgo de tiendas, como si aún no me hubiera acostumbrado al desierto. A ese lenguaje subliminal que transmite la sección de tallas grandes y que temporada a temporada me recuerda que soy gorda y que no tengo derecho a esas tendencias que salen en las portadas del VOGUE... Que me tengo que conformar con los básicos, la viscosa, el algodón con mezcla, los colores de perfil bajo y los estampados para nonagenarias marchosas.
Pero insistes, sigues buscando ropa. Sigues buscando ropa en una aventura que ni Calleja cruzando a nado el Orinoco con un cocodrilo a hombros. Hasta que encuentras algo que te gusta, que tiene color, vida... y que NO hay tu talla aunque lo ponga en la etiqueta. Sí, es la famosa XL fantasma, esa talla que tiene más leyenda que la chica de la curva... Definitivamente, solo nos quedan las firmas específicas... Aunque los diseñadores de muchas de estas marcas se empeñen en que a una gorda le queda superbien una falda de tablas, porque nunca han vivido en sus propias carnes lo que es usar una talla 52. Ni tan solo una 40.

Acaba la empresa. El evento ha sido un completo fracaso... pero para no regresar al hogar con amargura existencial... Terminas comprando ese jersey de cisne que por lo menos no parece la sudadera del enterrador de Wichita.
Y de nuevo vuelves a caer en el manido, reiterativo y aburrido debate de las tallas en el que juro no caer cada 3 meses. Y regresan esas preguntas sin respuesta: ¿Por qué las firmas más accesibles no pueden hacer una selección de la colección de temporada en tallas grandes? ¿Por que crean esas cápsulas para señoras con sobrepeso que parecen haber sido diseñadas por Norman Bates? Aunque confieso que mis preguntas han dejado de ser cuestiones reivindicativas: a estas alturas, juro por mis pestañas que es pura curiosidad. ¿Será que este no es país para gordas? Va a ser eso.






















































